por Heber Benítez Pezzolano Tiene un significado muy especial para mí presentar un libro de Alejandro Michelena, a quien conocí por el 79 u 80, cuando lo encontrábamos con el querido amigo y poeta Javier Cabrera (ya fuera de este mundo desde hace diez años), en el Sorocabana. El aroma inolvidable y los tiempos del café compartido (innumerables horas en una mesa), los de la poesía y de aquellas otras luchas, en que él, mayor que varios de nosotros, pero siempre sin edad y con el perfil muy bajo, representaba. Un referente de aquella época; con Alejandro, y luego con Elder Silva, me acerqué varias veces a las reuniones de Cuadernos de Granaldea . Y fueron también, poco después, los tiempos de Destabanda , con Mario Aiello, la editorial en que publiqué mi primer libro de poesía. Un pudor, una rigurosa lealtad a la cultura como espacio de transformaciones críticas desde la literatura y, particularmente, desde la poesía, un lugar de resistencia en vez de un nicho de muerte ...