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Elder Silva, otra poesía “on the road”

Rosario Peyrou

 

Hay que agradecerle a Luis Pereira la aparición de este libro de Elder Silva que contiene varios textos que habían permanecido inéditos, después de su muerte en 2019. Es una manera de reencontrarnos con quien ha sido, sin duda, uno de los poetas mayores que ha dado este país en las últimas décadas. Y porque, para quienes tuvimos la suerte de ser sus amigos, un reencuentro con una voz entrañable y difícil de olvidar. 


 

Pero sobre todo este libro completa una obra de particular coherencia, que ha sido fiel a sí misma desde el primer día. En otra presentación –creo que de Mal de ausencias en 2002- recordé que un viejo crítico y profesor de literatura, Guido Castillo, solía decir que “pocos son los poetas, y los pocos que son, lo son muy pocas veces”. Y yo decía que Elder Silva no solo lo era, sino que lo era con una frecuencia que llamaba la atención. Y lo había sido desde muy temprano. Así lo vieron nombres calificados de la poesía uruguaya. Su primer libro, Línea de fuego (1982), ganó el premio Club Banco de Seguros con un Jurado integrado por Nancy Bacelo, Washington Benavides y Walter Ortiz y Ayala. Cuadernos Agrarios (1985), el segundo, obtuvo el premio de la Feria del Libro con otro jurado en el que estaban Circe Maia, Enrique Fierro y Victor Cunha. Y en su caso, hay que reconocer el acierto del tan criticado oficio de la crítica, que prácticamente en forma unánime saludó la aparición de Elder Silva como la de un poeta verdadero, de esos que son tan escasos en toda generación y aun en toda literatura.

Desde su primer libro había allí una voz personalísima, segura de sí, que inauguraba lo que ha sido luego la marca de fábrica Elder Silva: una fidelidad a sus orígenes, que convive con una atención constante al mundo del presente, a lo culto y lo popular, y una persistente preocupación por comunicar, con la convicción de que la poesía ayuda a vivir. Y algunos aspectos formales inconfundibles: una visualidad nítida, un montaje de tipo cinematográfico, una peculiar destreza para comunicar sensaciones y sentimientos, y un delicado equilibrio entre la ironía y la emoción, entre la seriedad y el desparpajo.

Foto Carlos Contrera

 

Conheço meu lugar”, decía en portugués en La frontera será como un tenue campo de manzanillas, su libro premiado en Tenerife en 2003. Cualquiera que conozca la obra de Elder Silva sabe de la verdad de esta afirmación. Elder supo ser leal a unas raíces que explican la índole personalísima de su poesía: su nacimiento en Pueblo Lavalleja, un caserío que tenía entonces 700 habitantes, en el límite de Salto con Artigas, tan cerca de la frontera brasilera; su interés por las cosas mínimas y aparentemente insignificantes que tejen otra historia frente a la Historia con mayúsculas, a la que también atendió. En muchos sentidos Elder es un poeta “de la frontera”, con una forma de ver la cultura y hasta una manera de encarar el lenguaje que también se relaciona con ese enclave.

Es interesante la aparición de esa poesía en un momento preciso de la historia de la cultura uruguaya. La ruptura de los mitos nacionales que implicó la dictadura de los años 70, puso en cuestión la idea de “homogeneidad” que había presidido la visión que el país tenía de sí mismo, y llevó a poner atención en las peculiaridades culturales, como sucedió con el tema de los afrodescendientes en la literatura de Mario Delgado, o de las comunidades inmigrantes en el caso de Teresa Porzecanski o Alicia Migdal, o el silenciado asunto del exterminio indígena en Tomás de Mattos.

De alguna manera el lenguaje de la frontera había sido casi ignorado hasta entonces. Prohibido su uso en las escuelas, no había aparecido en la literatura uruguaya, con alguna excepción, como la de Olinto María Simois (Canto a la ciudad de Rivera, 1930) y la de Agustín R. Bisio, que escribió en los años 40 Brindis agreste, un libro de poemas con el lenguaje español/portugués. En La frontera será como un tenue campo de manzanillas, Elder tenía una sección de poemas en portugués (un portugués con una ortografía donde se cuela el castellano) y otros en portuñol. Y lo hacía de una manera menos pintoresquista que Bisio, más atento a esa cultura compartida de la región de la triple frontera norte. Y entonces podía pasar de una lengua a la otra con naturalidad.

También en este libro que presentamos hoy hay poemas relacionados con el portugués. Uno, de Canción 2 de perdedores, escrito en español, se titula sin embargo “O sonho acabou”, otro de Sachet, “Anunciaçao”, está directamente en portugués; como “Azuis” de Bar Bukowski escrito en Tenerife: “Se eu fosse um poeta de verdade/ ficaría a morar para sempre nestas/ praias/”. Y es interesante que lo escriba en portugués, como una afirmación de su pertenencia a ese lugar. Y hay alguno en los dos idiomas como “Pájaros en la frontera” de En Iporá, otros mundos. Tal vez fue Elder quien abrió el camino para que otro poeta y narrador, Fabián Severo, hiciera su obra en esa frontera de la lengua, que llamamos portuñol, que es una seña de identidad para la comunidad fronteriza.

Otra “frontera” que traspasa la obra de Elder es el collage de poetas a los que alude, a modo de homenaje o de explícita creación intertextual. También esto es “fronterizo”: una forma de superar los límites nacionales. En este libro están presentes Nicanor Parra, Juan Cunha, Antonio Cisneros, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Circe Maia, Ferreira Gullar, Antonio Machado, Drummond de Andrade, Marosa di Giorgio, Macunaíma, Luis Pereira, Juan Carlos Macedo. Todos ellos, de alguna manera, poetas comunicantes, y algunos vinculados a lo que se llamó poesía conversacional. Aquí, en Lo que demora en secarse un par de medias hay un poema, “No meio do camino”, que alude y dialoga directamente con otro de Drummond de Andrade. Pero estos poetas conviven en la poesía de Elder con personajes populares, con el fútbol, el box, con las marcas de ropa o de cosméticos y el ambiente de los boliches.

Y como siempre, hay músicos: aquí están Leonard Cohen, Mikel Laboa, Lluis Llach, Manu Chao, los Beatles, Joao do Vale, Violeta Parra, y su amigo Darnauchans, por supuesto.

En más de una ocasión Elder dijo que, como en su casa no había libros, su primer acercamiento a la poesía fue a través de la canción, tanto la de Zitarrosa y Osiris Rodríguez Castillos como la litoraleña y la brasileña. De ahí –aunque en él no hay nada de folklórico o nativista– tal vez viene el peculiar sentido musical que tiene su poesía, su manejo del ritmo, la música del verso.

Y eso también se relaciona con aquellos recitales que hacía con músicos y que les había puesto el título de “Es mejor hacer poesía que dedicarse a robar”. Recorrió varios pueblos del interior con esos recitales, rescatando el sentido trovadoresco de la poesía, como señaló muy bien Luis Pereira. Uno de mis hermanos me comentó sobre el entusiasmo de la gente que lo había escuchado en Vichadero, un pueblo del departamento de Rivera, y es probable que muchos de los que asistieron a ese recital no fueran lectores de poesía.

Y está aquí también el motivo del viaje, otra constante en la poesía de Elder, que ha sido siempre una poesía “on the road”, que mira las cosas desde la ventana del auto o del ómnibus, y esa mirada tiene el valor simbólico que le da la poesía. Aquí recorre sitios del interior como Arapey Grande, Montes, Migues, Solís, Tiatucura, Piedra Sola, Polanco, y extranjeros, como Madrid, Tenerife, Rosario o La Habana. Esa movilidad permanente, Elder solía explicarla por el descubrimiento del cine, por su sentido visual del mundo: “todo se me presenta en imágenes. Aunque vivo en Montevideo hace muchos años”, me dijo una vez, “siempre estoy en tránsito”.

Y como es una constante en Elder, la experiencia del amor está en el centro de estos últimos libros. El amor mezclado con la vida doméstica y cotidiana, el acto de poner la mesa, o de cortar el pan, la imagen de la ropa secándose en la cuerda, como en Iporá, otros mundos. Pero también en el hasta ahora inédito, Canción 2 de perdedores –uno de los puntos altos de este libro– donde está el amor como pérdida, encarado con crudeza, con una mezcla de furia, despecho y pasión. “La poesía tiene algo de crueldad/ en este caso”, dice en “O sonho acabou”. Todo el libro es como un ejercicio terapéutico, un recorrido por el dolor que termina en el poema que da título al libro y que es también un gesto de perdón: “Porque uno se acostumbra a perder/ Es difícil, pero uno se acostumbra”.

Y hay también un tono melancólico en Lo que demora en secarse un par de medias, que tal vez fue lo último que escribió: “A esta altura/ sé que no escribiré ningún poema memorable/ ni lo sueño siquiera/ sino acaso, alguna nota más sobre este camino empinado de los días” (Manu Chao). Y en otro “La pulpa de las peras, el azúcar nacarado/ los pequeños espasmos que las habitan/ acompañan el declinar de estos días de mi vida” (“Más peras”). Parece intuir el desenlace cercano, pero hoy, lo que para todos es claro es que en el primero estaba equivocado, porque sí escribió varios poemas memorables, como prueba este libro.

(Texto leído por la autora el 8 de diciembre de 2022, presentación de Pájaro que tiembla, poesía de Elder Silva, Centro Cultural Terminal Goes de Montevideo).


 


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