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La poesía mueve el orden de las cosas

En el prólogo al libro Pensamientos, palabras y música de Schopenhauer, Dionisio Garzón expresa acerca de la escritura: “Se trata de la plasmación de una vivencia subjetiva, singular, vivida solo por el individuo en su interior, en algo externo, objetivo, universal que puede ser participado por todos los demás.”


Inicio la presentación de Crecida con estas palabras porque entiendo que eso eslo que este libro nos propone: asistir a los efectos de una inundación desde la mirada subjetiva de un yo que trasciende su singularidad para darnos cabida a su experiencia.
Aquí la vivencia subjetiva de la crecida se nos muestra a los lectores de manera tal que asistimos a la inundación. Somos parte de ella, también nos arrastra en su furioso trayecto, nos envuelve y nos hace elaborar, a partir de la experiencia del yo que enuncia, nuestra propia experiencia subjetiva. Porque la crecida es una mostración, no una demostración. Se nos presenta no como fenómeno natural, digno de un estudio científico, sino como fenómeno poético.

Poesía que surge, como el agua, en una sinfonía que comienza lentamente:la inundación repta por el camino del río y que va tomando fuerza a medida que el libro y la corriente avanzan, hasta retroceder en su retirada final. Pero queda la resaca del aguacomo huella imborrable en la experiencia estética del lector.
Poesía como música que avanza hasta llegar a su clímax para luego descender en retirada, pero que a lo largo de ese camino va generando el caos, la confusión, el dislocamiento del orden natural de las cosas: Peces boca arriba, La corteza ensanchada, húmeda y blanda, Hule de algún mantel, puños de camisa. Todo, ya sea en la naturaleza como en el orden de los objetos cotidianos, queda desarticulado, fuera del lugar en el que debería estar. Es que como el agua, que aquí todo lo desordena, la poesía mueve el orden de las cosas, rarifica lo conocido para sacar a la superficie Lo escondido expuesto, lo obvio secreto.

Las palabras no entienden lo que pasa, decía Salvador Puig. En Crecida el yo tampoco entiende lo que pasa y así surgen las preguntas  ¿Por qué la crecida? ¿Cómo apareció en la calle? para llegar a la conclusión: Entre efecto y causa un abismo de ignorancia.
La crecida genera un abismo de ignorancia porque no hay respuesta lógica ni razón que la explique, como la poesía. Ante los hechos solo cabe preguntarse ¿Por qué? para hundirse, junto con todas las cosas, en el agua que también arrastra toda explicación posible. Y así, desde ese abismo de ignorancia, emerge el poema. Aparecen las cosas, hasta ahora, desconocidas: ¿Agua de cuáles arroyos, qué cañadas?/Nunca de ellos se habló, nadie supo dónde estaban. Solo la mirada poética alcanza a vislumbrar ese universo desconocido que ahora se hace visible con la fuerza arrolladora del agua. De esa corriente furiosa que imparable arremete acosa arranca/ desguaza abate desarma, anula.
Si las palabras no entienden lo que pasa, sí son capaces de acompañar eso que no se entiende para echar luz, no sobre la razón, sino sobre la intuición. El ritmo de los versos acompaña el ritmo de la crecida. Hay un ensamble de la palabra con la cosa, con la situación, con los hechos que se suceden en lo objetivo y en lo subjetivo. De esta manera el yo elabora el poema del mismo modo que el agua elabora la crecida, a través del uso de imágenes sensoriales, como  único modo de explicación, y del ritmo de los poemas, la inundación avasallante nos va cercando y arrastrando a nosotros también hacia su centro feroz: todo junto, cercado y acercado por el agua dice el texto. Y los lectores también estamos allí, no como meros espectadores sino también como protagonistas. Todos dejaban sus asuntos al atardecer/ para mirar oler explicar conocer la crecida. Mirar y oler como modo de conocimiento desde lo sensorial, no hay otra manera de aprehender el desastre misterioso del desborde. Desborde que no deja nada a su paso, nada se salva, nadie se salva: El miedo acosa a pobres y ricos. Como expresa Manrique en las Coplas por la muerte de su padre: …y llegados, son iguales
los que viven por sus manos y los ricos.
El poder igualador de la muerte en el poeta español, y el poder igualador de la crecida en nuestra poeta uruguaya Cecilia Ríos. Con la diferencia de  que aquí los personajes son individualizados, no se los engloba solamente en las categorías generales  de ricos o pobres. Aquí se los muestra en sus particularidades lo que los hace únicos y universales a la vez. Y además  en esta presentación de cada uno no deja de haber, en ciertos momentos, una carga de denuncia social: La delgada muchacha vendida a los catorce, el estanciero que azotaba niños negros. Nadie está a salvo, casi como si la crecida llegara para hacer justicia con unos y agudizar el dolor en otros. La única certeza es que ninguno se salva por más intentos que haga: Uno reza a las nubes, la virgen, su dios/ otro blasfema maldice llora y promete. Es que ese Golpe que arrancó la paz al sueño no tiene modo de frenarse mediante ningún mecanismo humano ni sobrehumano. Acá la furia del agua no es producto de un dios ofuscado que envía un diluvio para limpiar el mundo, no. Acá la furia del agua es la furia del agua es el orgullo de asesino proeza atroz. tan absurdo y tan terrible como eso. Es la crecida y solamente la crecida, inexplicable e imparable que solo se detendrá cuando ella lo disponga. A la poeta solo le es posible mirar y mostrar. A los lectores solo nos cabe ver y acompañar esa corriente que nos envuelve. Somos uno más en ese torbellino de agua enloquecida, tampoco estamos a salvo,  el poema nos incluye, no hay modo de no ser partícipes, porque este es un libro de poesía y como tal nos permite ver en los intersticios de los versos,  allí donde en apariencia no se dice y sin embargo todo está dicho.
Como las hendiduras que deja el agua, así las grietas del poema dejan una transfigurada desmesura, invasiva, irresistible/ fatal como el desencanto, eterna cual cicatriz/ incrustada en la vida como dolor de abandono/ impiadosa arena piedras monte lugar llamado río.
No salimos indiferentes después de la lectura, después de la acometida del poema que como un río nos lleva consigo para mostrarnos su poder destructor. Somos los papelitos de estraza, las cajas de remedios, las jugadas de quiniela, cuerdas de guitarras, que arrastró la inundación, todos mezclados bajo el manto gris de la crecida.

Todo desastre natural tiene su fin, como los libros de poesía, aparentemente, también lo tienen. Pero quedan los ecos, quedan las huellas y las cicatrices. ¿Se sale ileso de la lectura? Probablemente no, pero no salir ileso no es aquí sinónimo de  daño irreparable, porque hay una marca que deja el agua-poema para que desde  allí recomience la vida, para que resurja con más fuerza, tal vez, el mundo,  porque todo brote vital será más intenso después de este manto gris de la crecida del mismo modo que toda mirada al mundo será más intensa después del manto gris de la poesía en el cual nos sumergió este libro  para mostrarnos lo que solo allí se ve.
Las piedras verdecidas recobrarán brillo./ Habrá retoños en el suelo ahogado, y a la sed y a la sequía/ despertarán las hojas los tallos nuevos.
***
Claudia Magliano (a propósito de Crecida, de Cecilia Ríos, presentación en la Biblioteca Nacional, 13.09.2017)







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