“El
poema moldea significados/talla el centro/cincela uno o dos
tópicos/vacila”.
Estos
versos pertenecen al poema titulado Poética, poema que desarrolla y
amplía el epígrafe inicial del libro “Poesía
no soy yo/ es todo el río”.
Este epígrafe juega con los versos de Bécquer “Poesía
eres tú”,
como respuesta al poeta español: no soy yo.
¿Qué
es poesía? esta pregunta ha recorrido la historia y nunca, por
suerte, desembocó en una respuesta única, acabada.
En
el libro que hoy presentamos la poesía es el río que se yergue a
lo largo de los textos como símbolo. Un río que, a primera vista,
se nos figura manso y cálido, tibio y suave.
Retomando
los versos que cité al comienzo surgen (emergen) las preguntas: ¿qué
moldea el poema? ¿qué cincela? preguntas a las que el yo
responde: “uno
o dos tópicos”.
Un yo que parece asistir a la creación como espectador. Cuando, en
el Génesis, Dios crea la tierra le ordena que haga crecer las
plantas. Dios crea y a lo creado le traspasa su poder creador. En un
acto de meta creación de la tierra surgirá lo verde.
El
poeta chileno Vicente Huidobro decía que el poeta es un pequeño
dios. Poesía es el río, es “la
onda expansiva de un río invisible”
dice en este libro el yo creador que, como el dios bíblico, ha
traspasado a su propia creación la posibilidad de crear(se) para
luego hacerse a un lado y observar cómo su creación da forma al
poema, le da inicio.
En
esta poética subyace un modo de entender la poesía como producto
de un trabajo de orfebre, clave que se advierte en los verbos tallar,
cincelar,
moldear.
Hay un trabajo de artesano que el poema mismo realiza: “talla
el centro”.
Dice
Flaubert: “la
poesía es solo una manera de percibir los objetos exteriores, un
órgano especial que tamiza la materia y que, sin cambiarla, la
transfigura.” Esta
transfiguración de la que habla el autor francés, está presente
aquí, y cito estos versos a modo de ejemplo: “Mar
imperfecto/ navegando sin remos/ el solo poema”,
también se hace presente en el título mismo La
tibieza del río.
Se trata de una tibieza que va más allá de lo táctil o lo térmico,
es una tibieza que sugiere algo más que la calidez del agua y lo
interesante es que no se puede dar una interpretación única a
esta sugerencia sino que cada lector hará la suya o las suyas. Lo
que sí puede decirse es que esa tibieza transfigura el río, lo hace
otro sin que deje de ser río.
“Un
verso atravesado por la prisa/ de unirse/ al cauce de otra mirada”
dice el poema In poética. Se trata del verso-río que se completa, y
se contempla, en la otra mirada, la del lector. Si no hay lector, si
no hay esa mirada otra, urgente y necesaria, no hay tibieza, no hay
río, no hay poema.
Continuando
con la lectura, llegamos al poema titulado Propósito donde la
sentencia en uno de sus versos “Ya
todo está escrito”
da paso a las posibles preguntas ¿para qué escribir? ¿para qué
decir?. Quizás la respuesta, o una de ellas, esté en el poema
Utopía: “Salirse
de la página/batirse con otros/ estremecer espacios/ fuera de mí.”
La poesía permite al yo ser otros, expandir los límites del ego, y
ser con otros. Salirse de uno, desbordarse porque como expresa a modo
de confesión el yo en el poema Pánico, existe el “pánico
de quedarme ajena”.
Todo
el libro, a mi entender, funciona como un arte poética de la que se
desprenden claramente dos concepciones: la poesía como un trabajo de
artesano y la poesía como canal de comunicación.
En
el paralelismo río-poema subyacen varios elementos que unen estos
dos términos: la profundidad del río, insondable quizá, como el
poema que guarda en sí significados; el río-poema como canal de
comunicación, un río que une y separa. El movimiento permanente del
agua que no cesa, que siempre va, al igual que el poema que siempre
va y de ese modo nunca las múltiples lecturas de un poema son las
mismas porque el poema cambia según quien lo lea y en las
circunstancias en que es leído, incluso en un mismo lector o lectora
el poema puede desplegar nuevos significados en las diferentes
lecturas que haga. Porque el poema siempre dice lo mismo y lo otro,
su fuente simbólica es inagotable.
“No
soy igual a mi misma/invito a responder a los dioses/ si existe
alguien que nos plagia”:
Estos versos expresan ese no-yo que aparece en el libro. Así como el
poema y el yo no son iguales a sí mismos, el río tampoco.
Nada,
en la poesía, parecería ser igual a sí mismo por aquello que decía
Flaubert de que la poesía transfigura, vuelve otra cosa la cosa que
es pero sin hacerla dejar de ser. El río nunca deja de ser río y
sin embargo, recordando a Heráclito, nadie se baña dos veces en el
mismo río. Siempre es el mismo-otro en su constante devenir.
La
poesía devela otras realidades, acaso terribles “aquellas
palabras/le quitaron la venda a la belleza/en aras de la verdad” y
eso es parte también de su condición, hay, dice el texto “una
consigna feroz de la poesía”.
Con lo cual junto a su labor de orfebre y su capacidad comunicativa
la poesía también tiene como función revelar una realidad acaso
cruel: el peligro que esconde la profundidad del río. Arriba de las
aguas es navegable, debajo de las aguas otro universo acecha, el
revés del río-poema que descubre significados “el
lado oscuro del paraíso”
como expresa el poema Identidad. Todo tiene su lado otro invisible
“el
río está en todo el río”
dice el poema que da título al libro. El poema está en todo el
poema, la poesía en toda la poesía y eso es todo, allí está todo.
Allí “las
redes esconden lo que no sabemos”,
“la
sospecha impalpable/ del destino/ diminuto pez tristemente atrapado”,
allí “la
serena fosa de la poesía”
y el poeta asiste al poema como un lector más. El poeta es otro
lector que lee su creación. Dios ve cómo la tierra hace crecer los
frutos y contempla su-creación-ajena. La poesía se vuelve un
“torrente
incontrolable”
para el poeta, se escurre de sus manos como un pez: “eres
un pez/ verso veloz/ incorregible”,
para mudar la piel del yo y no ser de nadie. Allí aparece el deseo
del poeta: “ojalá
pronto seas otro/ de mano en mano/ cálido/ insurgente/ otra voz (…)
la emigración inevitable”.
La poesía no tiene dueño, ningún poeta es la poesía.
La
poesía nombra también lo que no hay “no
hay ninguna puerta/ ninguna casa/ nadie cansado de repetir la clave
de acceso”.
De este modo el poema al nombrar lo ausente lo hace aparecer, pero el
yo creador debe permanecer afuera para que eso suceda: “las
palabras se deshacen/ cuando las nombro”.
La magia del poema sucede fuera del yo.
“Mar
imperfecto/ navegando sin remos/ el solo poema” dice
el texto Resplandor. Cuando el yo intenta moldear el texto, ese
intento se vuelve inútil. Así el poema Lucha libre expresa: “es
la inutilidad de la lucha/ sobre la blancura del papel/ en el espacio
que no vació la tinta/ y se queja del hueco (…) es perder por
abandono”.
Escribir es una lucha libre contra lo que no es: “es
el fin del trazo sumergido/ no del poema”.
Por eso el yo-poeta ha de hacerse a un lado, salirse: “No
sé qué decir hoy/ no tengo nada/ desteje mis ficciones/ perdida en
el libro del universo”.
El poeta se desteje, se deshace al nombrarse, deja de ser para darle
paso al río.
“Soy una mujer demorando/ la suerte de ser ella”, “ceguera que traduce a tientas/ el naufragio que me nombra”, “solo soy canto espantado/ inmóvil en el fondo”. Estos versos conducen al poema Nacimiento: “Escribir/ una forma de estar concebida/ romper aguas/ diluvio en el modo de no ser/ y haber sido humano intento (…) escribir/ planta naciente en un cajón abandonado”. Se escribe para ser pero en el acto de la escritura el yo se deshace, se vuelve agua, se vuelve río, recordemos el epígrafe inicial “Poesía no soy yo/ es todo el río”.
“Soy una mujer demorando/ la suerte de ser ella”, “ceguera que traduce a tientas/ el naufragio que me nombra”, “solo soy canto espantado/ inmóvil en el fondo”. Estos versos conducen al poema Nacimiento: “Escribir/ una forma de estar concebida/ romper aguas/ diluvio en el modo de no ser/ y haber sido humano intento (…) escribir/ planta naciente en un cajón abandonado”. Se escribe para ser pero en el acto de la escritura el yo se deshace, se vuelve agua, se vuelve río, recordemos el epígrafe inicial “Poesía no soy yo/ es todo el río”.
La
poesía arremete contra el yo “el
naufragio que me nombra”,
lo expulsa del río que él mismo ha creado. Acaso lo único que
salve al poeta sea el lenguaje, las palabras a las cuales se unirá
en un acto que lo redima: “entonces/
me acostaré con cualquier palabra/ por amor.”
El
yo se fusiona, por amor, con la palabra que ha creado y que a su vez
crea el poema que lo nombra y lo desnombra, lo hace y lo deshace, lo
ficciona porque yo no es yo, yo es el río que es a su vez la poesía.
Poesía tibia y honda, trabajada con mano de orfebre, tallada y
cincelada por ese no-yo que es el poeta.
Claudia
Magliano
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