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LAS FRONTERAS DE ELDER SILVA

Alfredo Fressia

El “Postfacio” de este libro de Elder Silva (Pueblo Lavalleja, Departamento de Salto, 1955) comparece bajo la forma de un poema, del argentino Jorge Spíndola, llamado “Poesía de fronteras”. En él Spíndola se pregunta “qué será ser un hombre de fronteras”, ya que “el poeta elder silva es un poeta de fronteras”. En el habla media del Uruguay “la frontera”, en singular, designa a la línea divisoria, a veces casi imaginaria, que separa a Uruguay del Brasil. Si no se siente que haya una “frontera”, en singular, que nos separe de la Argentina, es porque el primer deslinde que la idea de frontera establece es el de idiomas.
Y efectivamente, en la obra de Silva, la frontera comparece como un juego de idiomas. No son en absoluto idiomas que se enfrentan con hostilidad. Es más bien una especie de bilingüismo intrínseco, que enriquece la obra de varios poetas y narradores de Norte del país. Una de las seis Partes de este libro se llama justamente “Poemas brasileros” y está escrita en idioma portugués (con faltas ortográficas, pero no en “portuñol”). El bilingüismo es la primera información para responder a la pregunta “qué será ser un hombre de fronteras”.
Pero la poesía de Silva contiene otras respuestas. El cromatismo, vivo, cálido, de su poesía está en diálogo con ese Norte de colores intensos donde se sitúa la identidad del poeta (”Otra tarde en Bella Unión”, “De paso en Pueblo Lavalleja”). Silva es un poeta de “la frontera” porque también recupera y “tematiza” en su obra la belleza de la luz, esos cielos que parecen existir sólo sobre esa región de geografía delicada (“Tropero”, “El caballo de mi padre”).

FRONTERAS LIBRES

Otra “frontera” implícita en la obra de Silva es el collage de poetas, autores que se yuxtaponen en su obra, a modo de homenaje o de explícita creación de intertextos. También esto es “fronterizo”: superar las limitaciones nacionales, globalizar la creación del poema. Del nicaragüense José Coronel Urtecho al uruguayo Julio Herrera y Reissig, del colombiano José Asunción Silva a la chilena Violeta Parra o al italiano Cesare Pavese, los poetas mencionados, e integrados con libertad y desparpajo al discurso de Silva, vienen desde el premodernismo -aunque no excluyan a Li Po- y llegan a poetas contemporáneos que funcionan como identidades “paternas”, muy en particular el brasileño Ferreira Gullar y el uruguayo Washington Benavides (sin embargo tan incomparables entre sí). La frontera, que es un límite, se muta en un inopinado territorio de libertad, tal vez porque en ella las identidades mitigan sus contornos. Algo parecido ocurre en la obra de Silva, y paradójicamente es uno de los trámites que le dan más y mayor identidad a la firma Silva.
Se reencuentra en las fronteras, junto a la mencionada atenuación de características identitarias, la certidumbre de cierto desdén que los centros hegemónicos parecen exhibir hacia su periferias, inclusive las geográficas. Parece ser cierto que los estados nacionales se diluyen antes de llegar a sus fronteras y llegan allí sólo como presencia de errático control policíaco. Como Gullar, un nordestino afincado en Río de Janeiro, la poesía de Silva, creada en Montevideo, recupera la materia más pequeña y tantas veces humillada del mundo, que se sitúa aquí en “la frontera” con su fauna, su flora, y sobre todo sus seres humanos con un universo de valores, un “areté” de donde no se excluyen el alcohol, o el contrabando (por ejemplo, en el espléndido “Epitafio para Coco Soria, mi padre”).
Finalmente, el propio trámite de la poesía de Silva incluye el juego de límites, como líneas fronterizas. Por ejemplo, el extrañamiento entre lo local y lo universal, una sensación que se tiene, por ejemplo, cuando se aproximan los “scuds” que caen sobre Kabul o cerca de Islamabad y, entonces, ”es extraño que un gallo cante/ su canto limpio/ en la luz indecisa de este amanecer en Cambará” (“Un gallo”) El lector, ya seducido, concuerda: es muy extraño, en efecto. Ocurre también ese efecto de “extrañamiento” cuando se yuxtaponen imágenes (y no metáforas), a veces embriones de relatos, y se potencian por su misma aproximación anafórica (“En simultáneo”, por ejemplo).
Como varios poetas de su generación (Luis Pereira, Héctor Bardanca, Maca, Agamenón Castrillón), Silva une un gusto por la mirada ingenua, prístina, casi naïve, y esa gran sofisticación en la composición del poema. Las dos actitudes tienen sus riesgos. Es riesgoso incluir en el discurso del libro un acápite de Aníbal Sampayo cuyo tema es la comprobación de que la fauna y la flora del Norte desconocen las fronteras políticas. También es peligroso el exceso de cerebralidad en la construcción de ciertos poemas (“Reincidencia en la atierra”, “Vidas aparentes”).
PARA UNA PSICOCRÍTICA
Si se aplicara a la obra de Silva la “psicocrítica” de Charles Mauron (la de “De la metáforas obsesivas al mito personal”), surgiría “una superposición de metáforas obsesivas”, donde “cualquier texto puede servir de contexto asociativo a otro y cualquier lectura oye en un texto el eco de los otros”. Aparecería entonces el “mito personal”, el fantasma más frecuente, la imagen que resiste a la superposición de los poemas. El de Silva sería seguramente un sólido mito personal nítido y masculino, signado por el Padre (el padre biográfico y los padres literarios). La frontera, como toda rajadura, pertenece más bien a una órbita femenina y desobediente, y eso da una idea del desafío que significó como tema, y explica la pregunta tensa que parece atravesar todo el poemario y que desemboca en la del poema de “Postfacio” de Spíndola: “qué será ser un hombre de fronteras”.
Este libro ganó el premio de Poesía Luis Feria convocado por Universidad de La Laguna, Tenerife, España, donde fue publicado en 2003. La presente reedición agrega veinte nuevos poemas y la serie en idioma portugués. La obra de Silva incluye también Líneas de fuego, 1982, Cuadernos agrarios, 1985, Un viejo asunto con le sol, 1987, Fotonovela, Canción de perdedores, 1998, La cajera del Oxford y otros poemas de amor, 1999, Mal de ausencias, 2003.

LA FRONTERA SERÁ COMO UN TENUE CAMPO DE MANZANILLAS, de Elder Silva. Ed. civiles iletrados, Maldonado, 2006. 78 páginas.
El País Cultural, 1.02.08
www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/08/02/01/

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